La turba es un combustible fósil que se genera en zonas pantanosas por la descomposición de residuos vegetales que forman una masa espesa y negra, precursora del carbón. Debido a la descomposición de la turba, se produce alquitrán y asfalto, substancias empleadas por los egipcios hace miles de años para embalsamar. Las condiciones químicas y físicas de los depósitos de turba (temperatura, ausencia de oxígeno y una intensa acción antibiótica), permitieron que cuerpos encontrados en pantanos se mantuvieran en condiciones excepcionales, en un entorno frío, ácido y carente de oxígeno, conservando su piel, uñas y pelo. Gracias a lo cual hoy hay catalogados más de 2.000 cuerpos momificados procedentes de turberas en Alemania, Suiza, Rusia, Dinamarca y Países Escandinavos. Se ha averiguado que la mayoría supera los 2.000 años de antigüedad, se trata de cuerpos de diferentes edades y sexos, y en su mayoría muestran señales de haber padecido una muerte sumamente violenta, bien porque fueron castigados o bien porque fueron víctimas de sacrificios rituales.
Desde el descubrimiento de la primera momia de los pantanos en 1791 en el pueblo de Kibbelgaarn en Holanda, multitud de cuerpos similares se descubrieron en turberas y pantanos del norte de Europa, desde Dinamarca hasta Irlanda. Lo fascinante de este fenómeno es el buen estado de conservación de estos cuerpos momificados durante siglos. En algunas de estas momias pueden reconocerse fácilmente los rasgos faciales y varios detalles de la piel, hecho que ha sido posible gracias a los depósitos de turba comunes en la zona.
La mayoría de los cuerpos datan de la segunda mitad de la Edad de Hierro, época en la que se produce la llegada de los romanos y su dominio en tierras nórdicas. Según historiadores romanos, los pueblos que del noroeste de Europa creían que los dioses habitaban en los terrenos pantanosos. Por ello, como castigo acostumbraban a ahogar ahí a los criminales, desertores, traidores, adúlteras y homosexuales. También ofrecían los cuerpos y vidas de los castigados a modo de sacrificios y ofrendas a las divinidades, lo cual explicaría que fueran personas de diferentes edades y sexos. Además, estudiando el contenido de los estómagos, se hallaron polvo de muérdago y bayas, habituales en ceremonias religiosas de la época y en prácticas rituales druidas.
Entre los varios cuerpos descubiertos, destaca el del Hombre de Tollund.En 1950 en Dinamarca, los hermanos Viggo y Emil Højgaard se dirigieron a un pantano próximo a su pueblo, la pequeña villa de Tollund, en Dinamarca, para extraer turba. Mientras trabajaban, descubrieron un cadáver enterrado en el pantano. Aunque desde el siglo XVIII hay registros del hallazgo de este tipo de cadáveres en turberas de varios países, este fue un caso único, pues lo normal era que los granjeros se pasaran los cuerpos de unos a otros y, en el mejor de los casos, avisaran a las autoridades pasadas semanas. En muchos otros, sencillamente, volvían a enterrar el cuerpo en el pantano. El cuerpo del Hombre de Tollund estaba en perfecto estado de conservación. Su barba de tres días, sus pestañas y las arrugas de su piel eran visibles a simple vista y llevaba una gorra de piel en la cabeza. Los hermanos daneses pensaron que había sido asesinado y llamaron a la policía de Silkeborg. Pero el crimen no era tan reciente como parecía, pues se descubrió que aquel varón de 30 años procedía del siglo III A.C., en la Edad de Hierro prerromana. El cuerpo, que se encuentra depositado en el Museo de Silkeborg, es objeto de estudio de arqueólogos e historiadores y ha llegado intacto hasta nuestros días gracias a las propiedades químicas de las turberas y a las turbas que permitieron preservarlos durante 2000 años.